Simple, que te quiero simple

Vicente Montañes

Simple, que te quiero simple

En estos textos period??sticos, el autor ensaya una comunicaci??n emp??tica con el lector. Su estilo es directo, a ratos intimista o bonach??n, pleno de un sentido com??n que lanza miradas a sucesos que podr??an ???no siempre??? ser c??micos o ins??litos.

A nuncia el subtítulo de este libro: “Crónicas, columnas, relatos y otras cavilaciones”. Su autor, el periodista puntarenense o valdiviano o penquista Alejandro Toro Sánchez (1969), reúne aquí 35 textos personales, publicados –deducimos– en La Prensa Austral entre 2004 y 2015, referidos a experiencias propias, reflexiones sobre el periodismo y las relaciones humanas (hijos, amigos, colegas), anécdotas cotidianas de diverso tipo. En ellos, el autor ensaya una comunicación empática con el lector. Su estilo es directo, a ratos intimista o bonachón, pleno de un sentido común que lanza miradas a sucesos que podrían –no siempre– ser cómicos o insólitos.

¿Y el título propiamente tal? Arriesgándose, Toro llama a su compilación Esas cosas simples . ¿Nos amenaza con fomedad o intrascendencia? No es su intención. Damos una vuelta a los conceptos de simpleza y/o simplicidad, e iniciamos la lectura de “‘Hagáramos’”, la primera entrada: en ella, el hombre de prensa recurre a la espontaneidad de una niña pequeña –su hija– que dice lo que todos hemos dicho alguna vez: “hagáramos” en lugar de “hiciéramos”. Una opción infantil que es parte de nuestra cultura, y que sirve a Toro para contrastarlo con esas “palabras de buena crianza, sin sentimiento” que se dicen a menudo, o con “las palabras rimbombantes de los políticos”, o con lo dicho por aquellos “periodistas que blufean”. Palabras de algún modo falseadas. Y concluye: “Palabra que prefiero un error inocente a un engaño profesional”.

Esta filosofía de –justamente– las cosas o las ideas simples es un arma de doble filo. Un texto simple y sobre lo simple vale si lo es sólo en apariencia. No sabemos si Toro se proponía tal astucia. Parece que no: “La gente me dice que le agrada leer cosas simples”, señala.

En medio de una peripecia cotidiana, pero con un toque inesperado, como es salir de madrugada en busca de una inyección en la nalga para combatir un insoportable dolor de faringe (sí, el texto “La garganta” capta nuestro solidario interés), Toro no teme a la obviedad del bromeo con la paramédico que lo pincha con la aguja antibiótica. Y de ese modo disminuye la “tensión literaria”, por así decir. No le importa. Así como no se arrugó con el ingenuo aserto moral de preferir “un error inocente a un engaño profesional”.

¿Es esto un defecto? Contradiciendo al prologuista Hernán López, diremos que para el “lector exigente”–al que López alude– sí lo es. Pero no resulta imposible otro tipo de lector: uno que vea reflejado su propio espíritu en estos textos más o menos simples, escritos con oficio y sin desdeñar, aquí y allá, ciertas frases hechas del tono periodístico convencional, pero que suscitan una complicidad tranquila. Cuesta no sentir simpatía por el alegre, optimista, bienintencionado talante del autor.

A veces ese estilo, por fortuna, se aplica a historias curiosas, como en las dos notas dedicadas a un periodista de Guinea Ecuatorial llamado José Antonio, africano hispanohablante cuyo temperamento cultural crea situaciones razonablemente graciosas con sus colegas latinoamericanos.

Pero a menudo el tema no es tan exótico, y el texto –que iba bien encaminado en su registro “simple”– se hace insuficiente, agotado en la mera descripción (es el caso de “Viajar”). Superficial incluso en su reflexión. O simplemente incompleto: faltaba –sentimos– otra vuelta de tuerca. Y un poquito de maldad.

Esas cosas simples

Alejandro Toro Sánchez

Cuarto Propio, 2017, 110 páginas.


La vejez era una derrota

Patricia Espinosa

La vejez era una derrota

Jorge Marchant Lazcano propone un interesante juego de tensiones y distensiones que deja al lector la funci??n de completar la intimidad de los oscuros personajes.

U n grupo de actrices, de avanzada edad, apasionadas y llenas de recovecos, llegan a una casa donde –se supone– podrán vivir su vejez en calma. Desconfianza , de Jorge Marchant Lazcano, es una intensa y dramática novela que expone el peso de una chilenidad tradicionalista, que vive de las apariencias y castiga con la marginación a todo aquello que se desvíe de lo establecido.

El libro arranca presentando una a una a estas viejas glorias del teatro chileno. La bella Sarita Montes, quien inauguró el hogar, y Ofelia Alarcón, la única con claro deterioro mental. Luego, Rosario Huidobro (¿Silvia Piñeiro?), la representante de la clase alta del grupo, y, finalmente, Marta Bernales (¿Ana González?), la diva, cuyos máximos orgullos eran haber representado a Isabel I de Inglaterra en la obra María Estuardo y modelado para el famoso pintor Tobías Villalba.

La deslealtad y la vanidad caracterizan a los personajes de esta narración, que arrastran, además, cierta responsabilidad por haber dedicado más tiempo al oficio teatral que a labores como la maternidad. En todos los casos, el autor aleja a sus personajes de la victimización, volviéndolos verosímiles en sus conflictos y rebeldes respecto a las normas que rigen lo femenino. Es importante recalcar que el oficio actoral, favorablemente, es consignado al modo de un trabajo, desprendido de magia o autonomía estética. La perspectiva concreta sobre el oficio de actor implica, de tal manera, que las actrices sean expuestas, más que como artistas, como trabajadoras.

Durante un extenso tramo, el volumen presenta a un coro de mujeres, igualadas en términos de peso dramático; éstas interactúan con equilibrio, escabullendo establecer jerarquías. Sin embargo, con mesura y flexibilidad la narración se abre hacia Marta Bernales, quien pasa de ser una pieza más del coro a figura central de la novela. Uno de los grandes aciertos de este autor, respecto a su protagonista, es evitar el lugar común del divismo. Marta es una mujer severa, consciente de su trayectoria profesional y de su desgraciado presente. Como personaje, es profunda, compleja, cautelosa con su biografía. Sólo mediante pequeños indicios es posible acceder a su lesbianismo y a la fría vinculación con Sammy, su hijo ya mayor de edad con el que se distanció hace muchísimos años. Bernales es una diva, claro que sí, pero desgastada, aunque, como corresponde, siempre digna, ya que pese a todo aprende con facilidad a interactuar con su odiosa antagonista, Rosario, quien no da tregua en su intención de expulsarla de la casa de acogida y destruir su pasado glorioso mediante groseras habladurías.

Sin efectismos ni indagaciones sentimentales gratuitas, la historia avanza en un interesante juego de tensiones y distensiones que deja al lector la función de completar la intimidad de estos oscuros personajes. Vale destacar, además, la ruptura de la linealidad en la composición del relato y el lugar, en apariencia secundarios, de lo masculino. Ubicados en un pasado que mezcla la tragedia con el goce, los hombres instrumentalizan a las mujeres y terminan potenciando los ejes dramáticos.

“La vejez era una derrota” es una frase expresada al iniciarse este profundo relato que constata y resume la condición de todas las mujeres que circulan por esta novela de matices. Marchant Lazcano, como ha sido usual en sus últimas producciones, acierta en la conformación de una novela clásica pero no convencional, al intercambiar la morbosidad por una templada y bien resuelta aproximación psicológica a sus vehementes personajes.

Desconfianza

Jorge Marchant Lazcano

Tajamar, 2017, 202 páginas.